domingo, 20 de abril de 2014

El engaño antivacunas

Articulo publicado en el Blog "La ciencia por gusto" Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 16 de abril  de 2014



Casos de pacientes en EUA
 por diversas enfermedades
antes y después de la era
 de las vacunas
Hay mentiras bobas. Hay estafas. Y hay engaños que caen en otra categoría completamente: los que son viles y peligrosos. El mito, por desgracia cada vez más extendido en nuestro país –y en muchos otros–, de que las vacunas no sólo no son eficaces para prevenir enfermedades infecciosas, sino que causan daños a la salud, es de esta última clase.

Nadie necesita que le expliquen acerca de las vacunas. Es bien sabido que su origen remite al médico inglés  Edward Jenner, quien verificó en 1776 la observación de que las granjeras que ordeñaban vacas solían ser inmunes a la terrible viruela, que desfiguraba rostro y piel y podía ser mortal. Jenner aprovechó el fenómeno al utilizar al virus de la viruela vacuna – del que deriva el nombre de la técnica– para prevenir la viruela.

Las vacunas funcionan porque aprovechan que nuestro sistema inmunitario detecta sustancias extrañas (en este caso, las proteínas del virus de la viruela) para fabricar anticuerpos: proteínas de la sangre con la notable propiedad de unirse en forma específica a ciertas moléculas. Al adherirse a los virus, los anticuerpos los neutralizan y facilitan que otras células del sistema inmunitario los eliminen.


Las vacunas son, probablemente, el descubrimiento médico que más vidas ha salvado en la historia de la humanidad (con la posible excepción de los antibióticos). Las campañas globales de vacunación han reducido notablemente el daño que causan muchas enfermedades. Hoy la poliomielitis, el sarampión o la tosferina son prácticamente desconocidas en países con una buena cobertura en salud. Y, en un logro deslumbrante, el azote de la viruela fue eliminado definitivamente del planeta: en 1980 la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente su erradicación global. (Como curiosidad, el último caso de infección ocurrió en 1978, debido a que un fotógrafo se infectó con una muestra del virus en un laboratorio de la Universidad de Birmingham, Inglaterra. El investigador responsable del laboratorio se suicidó poco después. Hoy sólo persisten dos sitios donde se conservan muestras del virus, con fines de investigación: en Estados Unidos y Rusia.)

Y sin embargo, circulan desde hace unos años, y cada vez con mayor fuerza, versiones falsas y dañinas en contra de la vacunación. La doctora en antropología y genética Jennifer Raff, de la Universidad de Texas en Austin, resume en su blog varios de los argumentos y su refutación. Entre otras cosas se dice, contra toda evidencia, que las vacunas no son necesarias porque enfermedades como varicela, influenza, tosferina, sarampión o poliomielitis no son “realmente” tan graves. O que las vacunas no son realmente tan efectivas para prevenirlas (aunque se estima que salvan las vidas de tres millones de niños al año; otros dos millones mueren por falta de vacunación). Se dice también que las vacunas causan enfermedades como el autismo –mito promovido por el seudomédico inglés Andrew Wakefield, a quien se le retiró su licencia médica como consecuencia de sus irresponsables campañas antivacunación–, debido a las sustancias que contienen (como el timerosal, que ya no se usa desde 2001, o el aluminio, que contienen en dosis inofensivas).

Detrás de la conspiranoia antivacunas hay ideas realmente absurdas, como que se trata de una campaña de los gobiernos para reducir la población mundial, o para enriquecer a las compañías que las fabrican. Al mismo tiempo, se afirma que el cuerpo tiene sus propios mecanismos “naturales” para prevenir infecciones (los tiene, pero evidentemente no resultan suficientes, como lo prueban las epidemias que por siglos azotaron a la humanidad). Y se dice también que la cantidad de vacunas que reciben los niños “sobrecarga” su sistema inmunitario, dañándolos (lo cual es absurdo: el sistema inmunitario de niños y adultos está continuamente respondiendo a infecciones nuevas y controlándolas, sin sufrir ningún daño).

Lo peor, afirma con razón Raff en su escrito, que por fortuna circula ampliamente por la red, es el argumento más infame al que recurren los antivacunacionistas: que como padres, tienen el “derecho” a no vacunar a sus hijos. En realidad es una actitud irresponsable. Las vacunas no protegen al 100% de la población; por tanto, gran parte de su efectividad depende de la “inmunidad de grupo” (herd immunity): si todos a nuestro alrededor están vacunados, no habrá portadores que infecten a aquellos que no logren desarrollar inmunidad. Esto incluye también a quienes por alguna razón (como ser alérgicos) no pueden recibir vacunas, o a quienes padecen alguna forma de inmunodeficiencia.

No vacunarse no es sólo una gran estupidez y una conducta suicida: es una irresponsabilidad que daña a la sociedad. Los recientes brotes de sarampión en Inglaterra, Estados Unidos y Canadá, donde el movimiento antivacunas ha cobrado fuerza, son la mejor demostración. Como tantos otros mitos anticientíficos, lo mejor que podemos hacer es informarnos y combatirlos con decisión.

Fuente: http://lacienciaporgusto.blogspot.com.es/2014/04/el-engano-antivacunas.html

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